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Imagínate que entras a una oficina de una compañía joven y moderna y lo primero que te sale a recibir es un chow chow. Y piensas “¡H…! Igual me he pasado con el vino en la comida”. Y como todos tenemos estudios, comenzamos a racionalizar la situación: quizás el perro estaba perdido por la calle, se ha colado en la oficina y lo han adoptado. Y entonces te das cuenta de que no es el único, que hay algún labrador, un golden retriever y hasta alguno callejero sin raza conocida. Y definitivamente piensas que te han echado en la comida algo de eso que se fuma y hace reír luego. La hipótesis racional se ha ido al traste, y especular sobre si quizás el perro tenía amiguitos que han venido a su reclamo para jugar parece insultar a la inteligencia; por tanto, la solución que más tranquiliza a nuestro cerebro es que algunos empleados han traído su perro al trabajo, y que les gusta; los perros están tranquilos, no ladran ni molestan, y los empleados pasan por su lado sin reparar en ellos o haciéndoles una leve carantoña.

La pregunta obvia es también simple: “¿Y dónde está el amo? “. A estas alturas la respuesta no debería extrañarme: “¡Ah! Pues allí está, jugando al ping pong con un colega”.

Esa empresa existe y yo lo he visto con mis propios ojos, y no dudéis de que hay más, muchas más. Podía haberme recreado en otras condiciones de esta empresa tales como las neveras con Red Bull, el café gratuito (de Nespresso, nada de máquinas que agilizan el tránsito intestinal matutino), la flexibilidad que les permite llegar a las 10 o por ahí, etc pero creo que es suficiente para comprender el perfil de la empresa y de sus empleados. Y sí, es una start-up con pocos años de vida que ha copiado el modelo Google de oficinas y fomenta espacios abiertos, sofás, etc para facturar una cifra de negocio relevante que se mide en decenas de millones. Y sí, muchas de sus ventas provienen de internet por lo que el perfil típico es el de profesionales jóvenes, con buena formación, motivados por el desafío y contentos por la libertad que tienen, o sea bastante estereotipo de millenial.

Hace poco un colega me contó como en una de las plantas de oficinas de una empresa tecnológica en el 22@, en la planta de la reflexión, habían colocado una jaula grande con dos loros. Y seguro que todos conocéis anécdotas parecidas que nos hacen enarcar la ceja a los vejestorios y pensar que estos romanos están locos, o como falsamente se atribuye a Don Quijote, “cosas veredes, amigo Sancho, que farán fablar las piedras”.

¿Por qué cuento la anécdota del perro? (Por cierto, ¿es mera anécdota o más habitual de lo que pensamos?). ¿Por qué esa empresa tiene ese tipo de condiciones laborales? ¿Por moda? ¿Por altruismo? ¿Por imagen corporativa, aunque les repatee tenerlos por ahí? Los que hemos sido educados en un modelo de esfuerzo, optimización de recursos, rendimiento de cada inversión (mi primer trabajo consistió en justificar propuestas de inversión en una planta por lo que afilar el lápiz está en mi ADN), etc tenemos que mordernos la lengua para no preguntar en voz alta cuanto nos cuesta el alquiler del espacio donde está el pingpong o cual es el rendimiento de los 15.000 euros anuales que se gastan en café y bebidas refrescantes. Y la respuesta es meridianamente clara: el modelo es distinto puesto que no aspiran a atraer a cincuentones resabiados que a duras penas manejan informática básica sino a jóvenes ingenieros cualificados para los que las palabras presión y objetivos suenan antediluvianas, tipos que mantienen su compromiso con la empresa en tanto en cuanto se mantengan las condiciones y el proyecto por el que los contrataron… vamos, lo mismo que hemos hecho todos nosotros y ahora nos quejamos de que lo hagan; por marcar una diferencia quizás esta estribe en la resiliencia, la capacidad de aguantar la presión y recuperar la forma original.

Yo no veo riesgo de que se contamine el sistema y tengas mañana una manifestación en tu puerta exigiendo un pingpong, y el tiempo para jugar, claro; es más una consecuencia del tipo de empresa y de empresario, y del perfil de talento que atraiga, que una reclamación social transversal. Sí, veremos pequeños cambios en todas las empresas que irán en esa dirección; no frunzas el ceño y dime si hace diez años pensabas que pondrías cestas de fruta para los empleados, por poner un ejemplo.

Pero tampoco veo que ellos estén dispuestos a cambiar, a poner salario en riesgo por conseguir objetivos agresivos, a exprimir a un equipo de colaboradores en busca de logros que vayan más allá de su potencial individual; ojo, sí que soportan la presión, pero la que ellos se imponen a sí mismos en sus desafíos técnicos. Lamentablemente, en general percibo una sospechosa falta de espíritu guerrero cuando las cosas no marchan como esperan. Necesitan una dirección fuerte que les entienda y les dé ese entorno creativo (que lo son, y muchísimo) que necesitan para su desarrollo.

Supongo que a estas alturas os preguntareis si la política de permitir llevar mascotas al puesto de trabajo es efectiva y se nota en la cuenta de resultados. La respuesta más pragmática es que yo no veo una relación directa; de hecho, la empresa afronta problemas pero más bien debidos a los errores de gestión que a los gastos en espacio o beneficios asociados a tener esa población determinada. Y la inversión de la hipótesis es igualmente necesaria: ¿estarían donde están sin la contribución de esos jóvenes talentosos que han creído en el proyecto y han sido atraídos por unas condiciones necesarias para ellos, que también incluye un buen salario? Pues quizás no, y eso nos lleva nuevamente a la responsabilidad de la gestión; no se trata solo de poner un entorno adecuado sino de saber dirigir a las huestes. Me viene al pelo el verso 20 del Cantar del Mío Cid, cuando Rodrigo Díaz de Vivar es desterrado por haber obligado al rey Alfonso VI a jurar que no tenía nada que ver en la muerte de su hermano y los espectadores apenados exclaman “Qué buen vasallo sería si tuviese un buen señor”.

Esta misma semana un señor con experiencia a pesar de su juventud y que las ha visto de todos los colores, en una conversación sobre el perfil de empleados a contratar para un proyecto, los pros y contras de la población existente en la zona, la dificultad de gestionar con métodos tradicionales a ese segmento de población al que nos referimos, zanjó el debate espetándome un sentido “¡Javier, millenials no!”. Yo no soy tan drástico y abrigo todavía esperanzas de reconducir la discusión, pero me ha hecho reflexionar sobre esa generación y las consecuencias que pueden tener para ellos perpetuar ese modelo actitudinal. Y hablando de perpetuar, ¿puede alguien decirme como continúa la historia cuando esos millenials se emparejan, tienen hijos, se embarcan en hipotecas, etc? ¿Cómo etiquetaremos a esos post-millenials? Confío en que la madre naturaleza orientará el mercado hacia posiciones más gestionables, no en el sentido tradicional de gestión en el que nos hemos educado sino en un modelo que permita coexistir las mascotas con las necesidades empresariales; igual salvamos algunas de los cientos de start-ups que se van al garete.

Una lata de RedBul contiene 250 mg de cafeína y un gramo de taurina. Quizás es eso lo que me falta para ver las cosas de manera más lúcida. Me voy a tomar una lata ahora mismo, y a adecentar a mi perra por si la tengo que llevar a la oficina.